El feminismo no es solo una causa identitaria, sino un proyecto civilizatorio; "Beijing trajo el arcoíris a Naciones Unidas"

Entrevista con Gloria Careaga, psicóloga social mexicana y pionera del feminismo latinoamericano, quien recuerda la histórica Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995 y reflexiona sobre su vigencia.

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La psicóloga social y feminista mexicana Gloria Careaga

La campaña #PorYParaTodas es un llamado a la movilización en el marco del 30.º aniversario de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing.

 

La llegada del color a Naciones Unidas 

 

Corría el año 1995 y en los pasillos de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, China, se gestaba algo más que una declaración internacional: allí se articulaba una revolución. Gloria Careaga, psicóloga social y feminista mexicana, recuerda ese momento como una bisagra en la historia del movimiento global. “Lo que me llevó a Beijing fue el desafío de incluir la orientación sexual en la agenda oficial, que no estaba contemplada. Y lo logramos”, afirma.

 

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También la motivó el potencial de colaboración entre sociedad civil y gobiernos: una apuesta por lo colectivo, lo político y lo posible. Había algo imponente en aquella primera inmersión en el sistema de Naciones Unidas: la solemnidad del espacio, el peso de los trajes oscuros y las jerarquías, con la sociedad civil confinada a los asientos traseros, apenas espectadora de un guion escrito desde arriba. Pero algo comenzaba a cambiar, y Careaga lo resume con una imagen reveladora: “Las mujeres trajimos los colores a la ONU. Hoy se ven trajes típicos africanos, del Medio Oriente... antes ni ellos los usaban. Nosotras llevamos el arcoíris a ese escenario monocromo”.

 

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Visibilidad en el balcón: los derechos que colgaban de una manta 

 

Aunque las mujeres de la comunidad LGBTIQ+ no eran oficialmente reconocidas como actores políticos, hicieron sentir su presencia. En un gesto tan audaz como simbólico, colgaron desde el balcón de un auditorio una manta con el mensaje: “Los derechos lesbianos son derechos humanos”. Lo hicieron en silencio, sin consignas ni pancartas agitadas, pero con una contundencia que no requería más palabras. “Fue un logro de visibilidad, aunque no formal. Pero ahí estábamos, en la primera fila, colgando esa frase que no podían ignorar”.

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La de Beijing fue la culminación de una década prodigiosa en el avance de los derechos de las mujeres. Desde la Cumbre de Río en 1992, pasando por Viena (1993) y El Cairo (1994), hasta llegar a China; se había ido consolidando una agenda transformadora. “Beijing no apareció sola: fue la continuación de un proceso que nos permitió construir otra mirada sobre las mujeres”, sostiene. 

La Plataforma para la Acción resultante se convirtió en un mapa estratégico: reconocía la necesidad de políticas públicas que garantizaran el acceso de las mujeres a la vida social, económica y política. Era el reconocimiento de que la igualdad no era una concesión, sino una obligación estatal.

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Negociaciones tensas y batallas por el lenguaje 

 

Pero nada de eso fue sencillo. Los debates tras bastidores, especialmente en torno a los derechos sexuales, se extendieron por días. “La discusión sobre el derecho a la sexualidad fue durísima. Queríamos que se hablara de derechos sexuales, pero no lo aceptaron. Finalmente logramos que se reconociera el ‘derecho a la sexualidad’ de las mujeres, en un párrafo larguísimo que fue producto de muchísima negociación. No conseguimos separar los derechos sexuales de los reproductivos como queríamos, pero se avanzó”.

 

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En medio de esas tensiones, las voces del Sur Global fueron cruciales. América Latina, en particular, se hizo notar. A pesar de que había voces muy conservadoras alrededor del evento, las activistas estaban presentes con fuerza. “Recuerdo a Morena Herrera como una voz imponente, firme en la defensa de los derechos de las mujeres”. En otro momento clave, la activista mexicana Patria Jiménez entregó a la comisión 60 mil firmas, y lo hizo sin esconder quién era: “Soy Patria Jiménez, lesbiana mexicana”. La reacción fue inmediata: “Todas las cabezas se giraron. Fue impactante. Ese tipo de visibilidad no tenía precedentes”.

 

¿Qué ha cambiado desde Beijing 1995 hasta hoy? 

 

“En educación y empleo se ha avanzado, sí. Hoy las mujeres trabajamos en todos los ámbitos, y muchas han llegado a espacios de toma de decisiones. Pero los derechos sexuales y reproductivos están otra vez en riesgo. Hay recortes, hay regresiones. A veces parece que estamos defendiendo las mismas cosas de hace 30 años”, expresa Gloria Careaga, y agrega que “el péndulo conservador amenaza con borrar conquistas que costaron décadas”.

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Y, sin embargo, la Plataforma de Beijing sigue siendo una referencia. “La agenda marca una ruta que aún es vigente. Pero no podemos centrarnos solo en las mujeres: necesitamos mirar al sistema patriarcal, a las desigualdades estructurales que perpetúan la exclusión. Ese sigue siendo el verdadero desafío”.

 

El legado de Beijing

 

¿Y las nuevas generaciones? ¿Qué pueden aprender de aquella conferencia? Careaga no duda: “Que sí se puede cambiar. Que los logros no fueron fáciles, pero se consiguieron. Necesitamos mantener la esperanza y tener una agenda aguda, que lea el contexto actual sin perder de vista que la igualdad aún es una utopía por la que hay que luchar”.

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Para ella, el feminismo no es solo una causa identitaria, sino un proyecto civilizatorio. “Nuestra tarea es transformar el mundo, no solo defender derechos. Mostrar que hay otras formas posibles de vida, más justas, más solidarias. Y eso implica sacudir el sistema. Ya no digo derrumbarlo —porque cuesta más—, pero sí sacudirlo con fuerza”.

 

Gloria Careaga no narra la historia de Beijing como un recuerdo, sino como un legado vivo. Su mensaje para las feministas jóvenes es claro: no basta con mirar atrás con admiración, hay que mirar hacia adelante con decisión. Porque el arcoíris que se desplegó en 1995 no es un símbolo del pasado, sino una promesa aún por cumplir.

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